Que difícil resulta a las personas aceptar un error, aceptar que estaban equivocadas, y aún es más difícil, pagar el precio del error, ya que lamentablemente tarde o temprano se cosecha lo que se siembra pues escrito está “todo lo que el hombre sembraré eso también segará” (Gálatas 6:7), así que no pocos viven preocupados esperando que de un momento a otro el producto de su error salga a relucir y le afecte en su vida nueva como cristiano.
No debes perder de vista que a diferencia de aquellos que no tienen a Cristo en su corazón, en los Cristianos se reconocen dos naturalezas, la vieja que es aquella cargada de vicios y pecados y la nueva que es divina y espiritual, procedente de la fe en Dios y que está limpia del pecado. La Escritura dice: Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia (2 Pedro 1:3-4).
Ahora bien, el pasado con todo y sus errores, han sido entregados a Dios, quien promete no acordarse más del error y en cuanto a su fruto nos dice: Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas. (Proverbios 3:6-5). “Él enderezará tus veredas”, en esta frase veo una vez más el gran amor que Dios tiene para con sus hijos, pues pese a todo Dios en su poder infinito asegura enderezar el rumbo desviado por nuestros pecados.
Esto no significa que no tengamos que pagar el fruto del error; sino más bien que aún en medio de ello, el Señor verá por nosotros de forma tal que aquel error ya no nos cause más daño y sobrellevar de la mejor manera su consecuencia.
La consecuencia de los errores es muy variada, puede ser la disolución de un matrimonio, la secuela letal en el organismo, las deudas, la cárcel, la deshonra pública, la soledad, etc., son tan variadas que resulta prácticamente imposible de listarlas todas. Cada quien conocemos las posibilidades o las consecuencias de sus errores pasados; pero maravilloso y amoroso es Dios que ha prometido no dejarnos solos y es poderoso para tornar la peor de las circunstancias en grande bendición.
Esto me hace pensar en el siguiente pasaje: “Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? (Mateo 4:37-40). En este pasaje los apóstoles tuvieron miedo por la tormenta, pese a que el mismo Señor Jesucristo, de quien ya habían sido testigos de sus milagros y maravillas, estaba con ellos, y eso nos pasa muchas veces, viviendo con temor por los errores pasados, por tanto lo importante es, poner en las manos de Dios esos temores, y confiar en que Él estará actuando en medio de la peor de las tempestades.
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